Es el mejor entrenador europeo del último cuarto de siglo, sus ocho euroligas dejan poco lugar a discusión. Zeljko Obradovic es además un tipo noble, aunque hace ya 20 años que salió del Madrid, desprende todavía cariño hacia el club blanco en sus declaraciones públicas. Sin embargo, los tiempos cambian y su librillo se está quedado obsoleto, un estilo insufrible para el aficionado, como comprobamos esta semana en Goya, donde terminó rojo como un cangrejo de tanto grito y aspaviento, su equipo se quedó en 56 puntos. Por supuesto que puede ganar la Euroliga este curso, pero tampoco sería una hazaña, con semejante plantillón y jugando la F4 como local. De hecho, partía como principal candidato al título y navega séptimo clasificado a una jornada para el final de la fase regular, cuarto peor ataque de la competición, con el atenuante eso sí de las lesiones.
Es el maestro de un estilo cemento-balcánico con aclamados correligionarios, como Maljkovic, Ivanovic o Messina, cuyo sol se puso hace tiempo. Un librillo con un lema, ‘que el rival meta menos’, y caracterizado por ataques largos, constante protesta al árbitro para condicionar su criterio, mucha defensa y bronca pública al jugador para que mantenga la tensión atrás. El entrenador es el protagonista absoluto en estos equipos, donde la férrea disciplina táctica prevalece sobre el desarrollo del talento, los jóvenes y canteranos no son bienvenidos. Un estilo que en el año 2017 tiene más sentido por ejemplo en un Manresa, que lucha en inferioridad, que en plantillas de mucho talento, como las de equipos punteros Euroliga, por el simple motivo de que cuando juegas a marcador corto es más probable que un cualquiera te de partido. La defensa es un arte más democrático, lo exclusivo es meter 90 puntos.
En la otra esquina del cuadrilátero veo a Pablo Laso, al que por cierto dirigió Zeljko en su día. El técnico blanco, el mismo que tartamudeaba en los tiempos muertos de su primer año, se ha convertido en bandera de un estilo opuesto que hoy está de moda, llena pabellones y domina el baloncesto continental, sin necesidad de increpar a los árbitros ni a sus jugadores, con el lema ‘meter más que el rival’. Su gestión se caracteriza por mucha mano izquierda en el vestuario, buscando la implicación de todos los jugadores, que conozcan y acepten su rol. El renacer de Chacho y la gestión de los tiempos de Doncic son sus dos obras maestras, pero no olvidamos su paciencia con Taylor, cómo metió en dinámica a Rudy y logró que Felipe asumiese sin trauma un rol secundario (pregunten a Mourinho con Casillas). Con todos sus defectos, bien conocidos y versados desde esta tribuna, Laso es un espejo en el que se miran hoy entrenadores jóvenes, desde un librillo que, con matices, comparte con Itoudis, Trincheri, Sito Alonso, Jasikevicius o Pedro Martínez.
En realidad, la NBA ha asistido a un proceso similar, dominada hace 15-20 años por sistemas ultradefensivos y marcadores a 70 puntos, modificó sus normas y los entrenadores que no se adaptaron desaparecieron del mapa (Larry Brown). Solo uno lo logró, el maestro Pops, que junto a Steve Kerr (Warriors) o Brad Stevens (Celtics) marcan hoy la tendencia en estilo de juego y gestión de plantilla, los Pablo Laso de la NBA.