Timar: “Acto de engañar en venta o trato, haciendo concebir esperanzas que luego no se cumplen”. El timo de los representantes de jugadores NBA (institucionalizado, eso sí) consiste en vender a sus representados en función de sus estadísticas en último año de contrato, que al final resultan estar muy por encima de la valía real. Una vez te la han clavado, quedan dos únicas alternativas: comerse el puro con patatas, o cambiarlo por otro de dimensiones semejantes. La segunda alternativa es la que ha movido a dos pesos pesados de la conferencia Este, Chicago y Cleveland, a su reciente transacción. Aunque ha sido un multi-traspaso a varias bandas (3 franquicias y 11 jugadores), el corazón de la operación es el intercambio de puros: Larry Hughes por Ben Wallace. El primero, tras una campaña All-Star en Washington, fue firmado a precio de oro (13 millones por año hasta 2010) por los Cavaliers, con la idea de hacer de partner de lujo de Lebron James.
Apocopado a la sombra del 23, Hughes ha padecido lesiones y una crisis en el tiro con tintes neuróticos que le ha relegado a labores de intendencia. Por su parte, Ben Wallace (16 millones anuales hasta 2010) cambió la dinastía en Detroit por lo mundano en Chicago, de ser ídolo a ser hazmerreír, a razón de un puñado de dólares. El pívot sale a ocho tantos por actuación, con hilarantes porcentajes de lanzamiento: 37% de campo (¡por dios, pero si tira desde debajo del aro!) y 42% desde la línea de personal. Y peor aún, en 33 minutos en cancha, el “mejor reboteador de la Liga” (según lo vendió su representante hace dos veranos) atrapa poco más de 8 rebotes, el 30º de la competición. ¿Quién sale ganando en el traspaso? Nadie. Los Cavaliers hacen mal tocando la columna del grupo ahora que recuperaban el ritmo de victorias que les llevó hace nueve meses a las finales. Larry Hughes no será todo lo que ellos esperaban, pero 15 puntos por noche y su colaboración en defensa, rebote y asistencias es mucho más de lo que llega. La seña de identidad con la que Cleveland triunfó el año pasado fue el rebote. Lo dominaban con su rotación de tres pivots, Illgauskas (muy mejorado en este apartado), Gooden y Varejao (dos reboteadores natos); apoyada por James y Hughes. Wallace no era necesario. No cambiaría ni un minuto de juego de Varejao (en franca progresión ofensiva, además de su intensidad característica bajo tablero propio) por dar cabida a Wallace. Las piezas secundarias del traspaso, en lo contractual que no en lo deportivo, son Joe Smith y Drew Gooden, sólidos ala-pivots, con experiencia y sin alardes ni sueldos de estrella. Tienen un nivel similar y ambos estaban cuajando buenas campañas, por lo que no desequilibran la balanza. Cleveland también recibe, casi de rebote (y nunca mejor dicho), a Wally Szczerbiak y su anticuado contrato de 12 millones anuales de cuando era una estrella en Minnesota (del que aún le resta una temporada).
Aportará tiro exterior, claro, pero su estado físico, bajo sospecha, abrirá un agujero en la defensa de los de Ohio. Tampoco gana Chicago. Larry Hughues tiene complicado hacerse un hueco en la rotación exterior de los Bulls, coto privado desde hace años de Gordon, Deng y Nocioni, por lo que tendrá un impacto menor. Drew Gooden no atesora bagaje como primer espada, que es el rol que le corresponde en la pintura de los Bulls, salvo que a Tyrus Thomas y/o a Joakim Noah (ahora que van a tener más minutos) les diese por justificar su alta elección en los dos últimos drafts. Cleveland iba bien antes del traspaso, cuarto de conferencia a velocidad crucero, por lo que, en el mejor de los casos, se quedará como está (eso sí, con una plantilla 12 millones más cara). Chicago necesitaba un traspaso para cambiar dinámica y alcanzar los baratísimos 7º y 8º puesto del Este. No ha soltado demasiado (ni Deng, ni Gordon, ni Nocioni), pero tampoco recibe nada que suponga un salto de calidad. Mientras, Ben Wallace y Larry Hughes chuparán banquillo en sus nuevos destinos, pasando a ser los dos reservas más caros de la NBA… para orgullo de sus representantes.