
Llevo unos días desconectado de basket, siguiendo las noticias sobre Ucrania, no creo que sea el único. Algunos quizá sepáis que viví cinco años en Moscú, hasta finales de 2017, donde trabajé de corresponsal: guardo amistades allí, así como conocidos en Kiev. Tengo amigos a estas horas cubriendo la guerra a pie de calle, corriendo a resguardarse en el sótano a cada rato. Ya me perdonaréis, pero hoy no voy a hablar del Madrid… pero sí de basket, porque la invasión de Ucrania repercute también en nuestro deporte, planteando dilemas de difícil respuesta.
Antes de nada, recordemos que tres de los siete primeros clasificados de la Euroliga son rusos (Zenit, Unics y CSKA), así que las medidas que se tomen o dejen de tomar tendrán una enorme repercusión en el curso de la competición, que corre el riesgo de quedar desvirtuada.
La invasión militar comenzó en la madrugada del miércoles al jueves y, por precaución, se suspendieron los partidos que involucraban a equipos rusos. La Euroliga se planteó expulsarlos esta temporada: pregunté en mi cuenta de Twitter, a través de una encuesta, y sobre 869 votos el 76.5% se mostró a favor de la expulsión.
Hubo una reunión de los 18 clubes el viernes a mediodía para debatirlo pero la sangre no llegó al río (por ahora). Lo que sí se acordó en su lugar fue obligar a los equipos rusos a jugar en campo neutral sus partidos como local lo que resta de curso, fuera de su país, con el perjuicio económico y competitivo que supone. A Zalgiris, el más beligerante, le pareció insuficiente y rompió la baraja: no competirá más en Rusia esta temporada, asumiendo que se le den por perdidos esos encuentros (va colista, tampoco tiene mucho que perder). Eso sí, la multa económica por ‘no presentado’ dice que no la asume…
En el otro lado, Vatutin, presidente del CSKA, lamenta la decisión: «Nos deja en una posición de desventaja deliberada, privados de nuestros aficionados, condenados a gastos adicionales y ante la imposibilidad de cumplir los compromisos con nuestros patrocinadores“. Recordemos que hace solo cuatro días el club anunciaba el deseadísimo fichaje de Pangos, por un pastizal y que equilibraba su plantilla, apuntalando sus opciones de F4. Eso parece hoy tan lejos…
Restricción de vuelos
Si el escenario ya parecía negativo el viernes para los clubes rusos, su situación aún puede empeorar. Las noticias se suceden, las sanciones al país en todos los ámbitos aumentan cada día y lo aprobado el viernes por la Euroliga puede haber quedado ya obsoleto. El Ministerio de Exteriores español ha anunciado una solicitud para que los equipos deportivos rusos sean excluidos de las competiciones continentales.
Además, la Comisión Europea ha anunciado el cierre del espacio aéreo comunitario para todos los vuelos rusos, a lo que Moscú responderá de forma recíproca, como tiene por costumbre. Es decir, que ningún avión con ‘matrícula’ rusa puede aterrizar en suelo europeo ni sobrevolar su espacio aéreo. Dado el caso, la única alternativa que se me ocurre para que los tres equipos rusos sigan en la Euroliga es que compitan, entrenen y residan hasta mayo en Turquía o Israel (campo neutral y espacio aéreo abierto), abandonado su liga nacional. Casi nada.
Me cuesta posicionarme a favor o en contra de medidas tan drásticas. Me consta que esta cacicada de Putin en Ucrania no tiene un apoyo masivo en la población rusa, a diferencia por ejemplo de la anexión de Crimea. A nuestros ojos pueden parecer operaciones similares, pero no a los de un ruso (en 2014 no se disparó ni una bala). ¿En qué medida tienen que pagar los clubes deportivos de un país y sus deportistas por los delirios belicistas de su presidente? ¿No es mejor que compitan y tengan un altavoz para mostrar su desacuerdo con esta invasión, como el tenista Andrey Rublev, que vetarlos y alimentar el resentimiento? El castigo, además, sentaría un precedente delicado: ¿no se deberían haber tomado medidas similares contra Maccabi en su día? Preguntas complejas para las que no tengo respuesta, ni siquiera una opinión formada. Os leo.
Objeción de conciencia
Por otro lado, en caso de poder seguir compitiendo, los equipos rusos se enfrentan a otro hándicao: la deserción de jugadores extranjeros como acto de objeción de conciencia, especialmente de aquellos procedentes de repúblicas exsoviétivas, más sensibles al expansionismo ruso.
El caso más sonado es el de Shengelia, georgiano: su país mantuvo una breve guerra con Rusia en 2008 que acabó con la pérdida de dos regiones, Osetia y Abjasia, desde entonces repúblicas fantasma. Toko vistió el jueves sus redes sociales de banderas ucranianas y el viernes dijo, entrevistado por un medio georgiano, que dejaba CSKA: «No puedo seguir jugando para el club del Ejército Ruso». No es un apelativo gratuito o un tópico sino la literalidad. CSKA fue creado por el Ejército Rojo en 1924 y, aunque el accionista mayoritario es ahora la empresa Nornickel, controlada por un oligarca afín al Kremlin (Potanin), el Ministerio de Defensa sigue en el accionariado y existe (o existía hasta hace poco, cuando yo vivía allí) la norma de cortesía de que el ministro de Defensa ruso de turno fuese el presidente honorífico del club.
Bien, Shengelia se va y no es el único. El propio CSKA lo ha anunciado este domingo: «Lundberg y Toko han abandonado la disciplina del club, y Grigonis y Voigtmann vuelven a sus respectivos países, lo que supone una violación de los términos del contrato. Sin embargo, CSKA será comprensivo y resolverá su situación cuando se estabilice el escenario político”. Por cierto, antes de que me preguntéis sobre la posibilidad de ficharlos, que os conozco, sabed que el plazo para inscribir nuevos jugadores en Euroliga expiró hace unos días y que, en todo caso, hasta que se resuelva su situación, siguen contractualmente ligados al CSKA.
Toman también las de Villadiego los lituanos del Zenit: Kuzminskas y Gudaitis. Veamos qué hace Xavi Pascual, que entrena allí. El Zenit que, no olvidemos, pertenece a Gazprom, la mayor empresa del país y de mayoría estatal. No descartaría más deserciones en los próximos días, sobre todo de los americanos, que aún no han dicho esta boca es mía, imagino que a la espera de instrucciones de su embajada.
Sea como fuere, podemos convenir que los equipos rusos están heridos de muerte en la presente edición de la Euroliga. Primero que puedan seguir en competición y segundo que, dado el caso, lo harían muy mermados de efectivos. A mí me gusta competir contra los mejores así que siento que se nos queda una Euroliga un poco descafeinada: maldita guerra.






Nunca he compartido ni entendido la inquina de buena parte de la afición blanca hacia Ante Tomic, a quien en ocho años en el ‘eterno rival’ no se le ha escuchado una mala palabra o exabrupto hacia el Madrid, y mira que le han puesto como un trapo. Una inquina, por cierto, construida en buena parte sobre un chascarrillo intencionadamente malinterpretado, aquello de «me voy para ganar títulos», frase que llevan años echándole en cara y que en realidad nunca dijo así. Me explico…

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