Durante años he creído que Lebron James hacía peores a sus compañeros. A lo cual contribuyó especialmente el nefasto rendimiento en Cleveland de Larry Hughes, que firmó por los Cavaliers tras una temporada All-Star en Washinton. Cambié de idea tras los pasados Juegos Olímpicos. Lebron demostró en Pekín ser capaz de seleccionar sus tiros e integrarse en un colectivo.
En los primeros años del jugador en la Liga, Cleveland tenía plantillas discretas (Kevin Ollie e Ira Newble eran titulares…). De aquellos tiempos queda como coletilla el «esque está muy solo». La realidad es que la franquicia hizo desde entonces importantes esfuerzos económicos para rodear a Lebron.
En la temporada que comienza, Cleveland es la segunda plantilla más cara de la NBA (90 millones en salarios). Tres antiguos all-stars acompañan a James en el quinteto (Ilgauskas, Wallace y Szczerbiak). Desde el banquillo parten unidades tan solventes y experimentadas como Maurice Williams, Anderson Varejao o Daniel Gibson.
No es Lebron y sus 21,4 tiros por partido quien les hace malos, sino el sistema de juego que lo propicia, que es una extensión de la filosofía de la franquicia. El entrenador (Mike Brown) es sólo un ‘funcionario’. Lebron es el bueno y el resto está «para acompañar». El equipo está al servicio de su lucimiento. Así, los jugadores que llegan a Cleveland se acomodan en su rol de palmeros, gregarios. Prima el negocio. Igual o más rentable que una victoria es una derrota con 50 puntos de Lebron. Hay más titulares, más highlights, más posters, más camisetas…
¿»Está muy solo»? Y digo yo, los Celtics son campeones con morralla como Kendrick Perkins, Leon Powe, Scalabrine, Tony Allen y Glenn Davis jugando no pocos minutos, exprimiendo sus exiguas capacidades. Claro, Garnett también podría anotar 30, pero mete 18 y tiene un anillo.