Un triple de Robert Horry acabó con el sueño de Sacramento en el verano del 2001. Su tiro sobre la bocina dio a los Lakers el cuarto partido de las finales de conferencia y cambió el rumbo de la eliminatoria, que se decidió en la prórroga del 7º encuentro. Fue lo más que se acercaron aquellos Kings al anillo. La promesa de un baloncesto mejor, de un equipo que ilusione y haga que merezca la pena trasnochar se extinguió como una vela sin aire, con el paulatino éxodo de talento de la capital de California. Los cencerros dejaron de sonar. Los Phoneix Suns de D’Antoni son en nuestros días un digno sucedáneo de aquel espíritu, pero su circulación de balón no alcanza las cotas de excelencia de aquellos Kings. Raja Bell, Stoudemire, Kurt Thomas o Barbosa son buenos finalizadores en su puestos, pero no ven el baloncesto en technicolor como lo hacían los Webber, Divac, Christie o Jason Williams.
Cansados de las excusas de Van Gundy, los Rockets han dado un volantazo y han puesto a Rick Adelman al frente de Houston, la primera experiencia del técnico en lo banquillos tras salir de Sacramento. Aún es verano, pero, con los movimientos en los despachos de la franquicia tejana, las piezas del puzzle Adelman empiezan a encajar. Yao y McGrady son inmejorables en sus puestos, y Shane Battier es un alero más que solvente. Rafer Alston es un base apañado y resultón, pero el encargo le viene grande. Por eso, la franquicia se ha movido y ha fichado a Steve Francis, que vuelve al equipo tres años después.
Los cencerros de Sacramento no volverán a sonar, pero, si se cumple la promesa que se barrunta en el Medio Oeste, las noches en vela volverán a cobrar sentido.