No hay adversario fácil a alturas de cuartos de final, pero el primer puesto en la regular ha concedido al Madrid la gracia del rival efectivamente menos temible, Darussafaka. Han ganado los blancos 14 de los últimos 16 partidos en la fase regular y necesitarían perder 3 en una semana para caer eliminados. Se antoja complicado, por mucho que apriete el pequeño Volkswagen arena (5.240 asientos) y en el banquillo esté David Blatt, con varios repasos a Laso en el expediente, incluido el de la primera vuelta este año, eso sí, con la baja de Llull.
Su fichaje por Darussafaka levantó grandes expectativas el verano pasado, no era para menos, salió de Europa dejando campeón a Maccabi, a costa por cierto del Madrid, y desde entonces los israelíes navegan entre la mediocridad y el ridículo. Algo parecido a lo del Barca con Pascual, vaya. Los Cavaliers prescindieron de Blatt por capricho de Lebron, pese a un 74% de victorias, en el despido menos justificado que recuerdo en la NBA. Ahora, en su primera temporada en Turquía y con una plantilla cosida a base de retales, por muy caros que hayan resultado algunos, ha logrado armar un equipo competitivo y con personalidad. Clasificarse para cuartos de final ha sido un hito, que pone al club en el mapa, pero anda muy justo de plantilla para aspirar al título.
El desembarco de Blatt en Dogus resultó al final más ruido que nueces a efectos de mercado, principalmente por la propia escasez de agentes libres de calidad contrastada. Reclutó lo que había disponible, en algunos casos a bastante sobreprecio, mucho jugador de talento probado pero escaso recorrido en la elite, es decir, cabezas de ratón. Por ejemplo, el alero James Anderson, que cuajó una magnífica temporada 2014-15 en Zalguiris y se la pegó después en Sacramento en su intento de reengancharse a la NBA. Un gran talento ofensivo pero irregular e inconsistente, como su temporada. Llegaron también Adrien Moerman y Dairis Bertans, dos electricistas con sensibles carencias defensivas. Dos con perfil más alto y que sí han cuajado son Will Clyburn, alapívot de 27 años y 2.01m, máximo anotador de la liga israelí en la 2015-16 jugando para el Hapoel Holon, y Bradley Wanamaker, tras temporadón en Bamberg, los mejores hombros de la Euroliga, erigido por derecho propio en go-to-guy de este Darussafaka.
Del curso anterior siguen Scottie Wilbekin, un clásico combo zumbón de corriente alterna, y ‘nuestro’ Marcus Slaughter, que se ha pasado de baja por lesión casi toda la campaña. Al final, la pintura es el gran agujero de los turcos, con varios nacionales de relleno, una mediocridad como Harangody y en cuadro con esa baja de ‘masacre’ unida a la de Erden. Para paliar la cojera el club tiró de talonario por navidad, 1 millón de euros de transfer por Ante Zizic ‘el breve’, el mejor pívot joven de Europa pero que solo jugará unos meses en el club, pues hace tiempo anunció que jugará en los Celtics a partir de julio.
La historia reciente del baloncesto europeo está salpicada de nuevos ricos que cierto verano rompen el mercado, empujados por un patrocinador inexperto e impaciente. Su asiento en la élite depende de una inversión sostenida en el tiempo, algo en duda en el caso de Darussafaka, club históricamente modesto de la orilla europea de Estambul, cuyo principal patrocinador, el conglomerado Dogus, está negociando para mudar sus 10 millones anuales al vecino y más asentado Fenerbahce.
Debe estar conectado para enviar un comentario.