
El Real Madrid se tomó anoche un break de la caraja de los tres últimos meses y se vistió de equipo de nuevo. La ocasión bien lo merecía, que el regreso a la F4 es el objetivo principal de la temporada, asumiendo que levantar títulos está complicado dada la distancia que media con el Barca en duelos directos. Se jugó como equipo y se apretaron los dientes, hubo compromiso en las ayudas defensivas y los balones divididos, la clase de detalles que sumados pueden ganar partidos y se han echado de menos durante la crisis (que no doy por cerrada). Igualita la actitud que contra Bilbao o Bayern, por poner dos ejemplos recientes. Por momentos recordó al equipo sólido y coral del primer tercio de curso.
Hay una parte lógica de tensión competitiva por la importancia de la cita, pero quiero pensar que hay también otra relacionada con un aire un poco menos viciado en el vestuario, después de lavarse los trapos sucios de las farras. Por cierto, que Thompkins y Heurtel siguen en proceso de indulto pero se quedaron fuera de la convocatoria (en la que sí estuvo Núñez), y tampoco es que se les echase de menos. La baja sensible era la de Gabi Deck, con covid, pero el equipo encontró otras soluciones, con este formato de juego exterior: NWG-Llull de bases, Causeur-Abalde de escoltas, Hanga-Rudy-Taylor de aleros. Son las ventajas de una plantilla tan larga, capaz de enjuagar tres bajas en un partido clave.
El bulo de la marea amarilla
Corrieron ríos de tinta en las 48 horas previas al partido sobre la presencia masiva de aficionados macabeos en Goya, haciendo saltar las alarmas en club y afición ante la posibilidad de un episodio tipo Eintracht en el Camp Nou. Bien, todo fue un rumor que se fue haciendo enorme por efecto bola de nieve. La marea amarilla que se esperaba de al menos 2.000 aficionados se quedó en un grupo de unos 200 o 300 situados en el gallinero de la tribuna de calle Goya. En general el dato de asistencia fue decepcionante: 7.600 espectadores, dos tercios de entrada en unos cuartos de final de Euroliga y contra un rival histórico. Mucho abonado prefirió quedarse en casa viendo el Osasuna-RM de fútbol, con mucho menos en juego.

Volviendo al partido en sí, uno mira la estadística y destacan sobremanera esos 16/29 triples, que de entrada parece que sonó la flauta. Hubo lógicamente una parte de acierto, pero otra fundamental relacionada con la estrategia defensiva de Maccabi, que se cerró sistemáticamente y colapsó la zona para cortar la vía de producción más evidente del Madrid, los pívots,. Entre Tavares y Poirier solo pudieron lanzar siete veces a canasta en 40 minutos. Como contrapartida, los israelíes concedieron bastantes tiros exteriores relativamente abiertos. Es de suponer que haya un ajuste para el segundo partido.
Contra pronóstico lo mejor con diferencia del Madrid fue el backcourt que partió de titular, Causeur y Goss. El francés venía bajito de forma, tiene 35 años y empieza a ir justo de gasolina: promedios de 2.8 de valoración en 19 minutos en los siete partidos desde su regreso. Pero es un animal competitivo y suele rendir mejor en partidos importantes, ayer fue el caso. Sin necesidad de tiempo de balón y dando pocos botes se fue a 20 puntos con 7/11 de campo. Salvando las distancias, un rol de ejecutor con cierto parecido al de Carroll y que el Madrid ha venido echando de menos. Goss jugó un encuentro sólido el domingo contra Breogán y anoche mantuvo nivel cuando de verdad se necesitaba: 11 puntos y 8 asistencias, su techo en Euroliga, para 18 de valoración, además de una muy meritoria labor defensiva, lidiando casi siempre con la más fea (Wilbekin). Dirigió con más aplomo y solvencia de lo que nos tiene acostumbrados, un nivel que si es capaz de mantener sirve para equilibrar un poco la plantilla, compensando la cojera que arrastramos en el puesto de base.
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