El Madrid ni siquiera se ha sentado a negociar con él, a ofrecerle nada, pero igual escucho a no pocos aficionados de pelo en pecho acusar de «traidor» o «pesetero» a Sergio Rodríguez por fichar por CSKA. Imagino que se comen con patatas su camiseta blanca con el 13, best seller en su día. Firma hasta 2020 con los rusos por un total de 10.5 millones de euros, que si no son netos poco le debe faltar (el tipo impositivo allí es del 13%). CSKA es el séptimo club de su carrera, canterano del Estu. Por dinero se marchó de Europa y por dinero vuelve, bienvenidos al deporte profesional.
Me consta que queda cierto malestar en el club blanco por la precipitada manera en que salió el verano pasado (igual que Slaughter, los trenes a veces llegan sin preaviso), pero básicamente el motivo de que no regrese a Madrid es el escaso margen salarial en la sección para otro sueldo estelar, el que correspondería a Chacho por nivel de juego y valor de mercado (en Europa). La apuesta de la sección como base reserva es más joven y baratita, Campazzo, una vez obtenido pasaporte español.
Y si el Madrid no ofrece nada a Rodríguez y en la NBA ninguna franquicia muestra mayor interés, ¿qué debería hacer el jugador, quedarse en paro para no ofender vuestros sentimientos, o fichar por el mejor club posible y al mejor salario? La fidelidad a un club es fácil de predicar desde el sofá de casa, viendo partidos por la tele y comentándolos por Twitter, sin que te afecte al bolsillo. Para el jugador es la forma de ganarse la vida, su empleo, no creo que deba fidelidad a nadie, igual que tampoco la ofrece el club. Es la misma lógica laboral de nuestros empleítos de oficina aplicada al baloncesto profesional, aunque para nosotros sea solo un tema de tertulia.
Nos hemos acostumbrado mal con Llull. Es un caso entre un millón y no debería usarse como vara de medir, si no queremos vivir en la decepción permanente. Si a Sergi le gusta mucho la ciudad, el club, y acepta perder dinero por jugar aquí, le estaremos eternamente agradecidos y le levantaremos una estatua a la entrada del pabellón, pero es precisamente lo exepcional de su sacrificio lo que le convierte en leyenda.
Quitémonos la boina y entendamos que Madrid no es el ombligo del basket Fiba. Chacho no se va a un nuevo rico chino sino al segundo club con más copas de Europa y uno de los tres grandes de la Euroliga hoy, el primero en presupuesto. Además, por cierto, una magnífica organización, que mima a sus extranjeros (pregunten a Ettore), sin olvidar que paga muy bien y garantiza a Chacho la titularidad, algo que no tendría en Madrid. Un reto deportivo mayúsculo pues. Si no le ponen sobre la mesa nada potable en la NBA ni en Madrid, ¿quiénes somos para juzgar su fichaje por CSKA? He vivido en Moscú allí 5 años y no es el fin del mundo, contrariamente a lo que piensa la generalidad en latitudes más meridionales.
Chacho puede contar con mi aplauso cuando pase por Goya, sea con el Ejército Rojo o con los Village People, le estaré agradecido por los títulos a los que contribuyó y los buenos ratos que nos hizo pasar. El resto son simples celos por egocentrismo.
Estamos en días de trasiego en despachos y para nosotros, como aficionados, son jornadas de pajiplantillas, una actividad refrescante y veraniega, especialmente bienvenida tras un decepcionante final de temporada. Empecemos con los hechos consumados, que son siempre los menos: Randolph ya tiene pasaporte esloveno, es oficial. Apostaría a que nunca ha pisado Ljubliana, pero igual está «feliz por la oportunidad, un gran reto». Hipocresía al margen, a Eslovenia se le queda una selección como para luchar por medalla en el Eurobasket y al Madrid se le arregla medio juego interior. Lo dice David Manzano, «los pasaportes son los nuevos fichajes».
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