
Si algún optimista atisbó brotes verdes o señales para la esperanza en la derrota en el Palau, ahora sabemos que fueron solo un espejismo, producto tal vez de un Barca relajadito y sin varios titulares. Tampoco se intuye un efecto rebote tras el golpe encima de la mesa del club con el multazo a Yabusele y los despidos de facto de Thompkins y Heurtel. Ni era la primera vez que salían de fiesta en noche previa a partido, que ya se les había llamado la atención desde el club, ni eran los únicos jugadores implicados. Pero fueron a los tres que cazaron poco menos que in fraganti en Atenas, la gota que colmó el vaso para el director de la sección.
Los problemas del Real Madrid, sin embargo, son más profundos que una serie de farras en encuentros Euroliga lejos de Goya. Sirva de ejemplo que Heurtel metió 18 puntos (4/4 triples) en OAKA ese mismo día… Seguro que las fiestas no contribuían a la comunión del vestuario, es más, echaron leña al fuego cuando el camino se torció, pero no explican por sí solas todos los males del equipo, que son variados y severos.
Por eso sigue en la UCI, y con pronóstico reservado, a solo una semana de que empiecen los cuartos de final de Euroliga contra Maccabi (miércoles 20). Resulta difícil encontrar motivos para la esperanza en la serie: los israelíes han ganado sus últimos cinco partidos (incluidos Madrid y Barca) y los blancos han palmado 8 de los últimos 10 en Euroliga, además de los tres últimos de ACB. Este martes tocó Bilbao, partido atrasado de la jornada 19. Hace semanas que el equipo blanco vive de las rentas, el colchón era enorme pero también empieza a acabarse. El segundo y hasta el tercer puesto de la ACB pasan a estar ahora en claro riesgo: si Manresa y Joventut ganan hoy a Lugo y Burgos empatan al Madrid en la tabla, y los manresanos tienen el average ganado…
El pantano de la tristeza
La de Bilbao fue otra derrota clara, merecida y deprimente, con más pérdidas de balón (13) que asistencias (8), una constante a lo largo de esta crisis y síntoma inequívoco de la nula fluidez ofensiva. Ver a este Madrid es masticar clavos. En concreto, Yabusele, Poirier y Abalde cuajaron actuaciones paupérrimas, pero el nivel general es tan pobre que resulta difícil o injusto centrarse en un solo jugador. El problema es colectivo y tiene seguramente más de mental que de puramente deportivo. El grupo rezuma fragilidad y desunión, incapaz de mantener una ventaja o remontar un marcador adverso, y, para qué negarlo, falta compromiso. La comunicación no verbal es un poema, no hay hambre en los balones divididos ni confianza en las soluciones colectivas. Somos el caballo Artax hundiéndose en el pantano de la tristeza.
Según la crisis se agrava es imposible no cuestionárselo todo, hasta los cimientos, para entender cómo hemos llegado hasta aquí. Con la marcha de Campazzo arrancó el declive de resultados de la sección, pero el técnico e institucional comenzó antes, con una directiva y un entrenador aburguesados, instalados en la complacencia y el continuismo, pagados de sí mismos en los estertores de un ciclo ganador. Movimientos directivos sin la menor ambición y un libreto táctico caduco, pensado para una plantilla pretérita.
Son ya casi tres meses de la peor crisis de juego y resultados de la era Laso; si le unimos la elevada edad media de la columna vertebral de la plantilla y que la mayoría de ellos termina contrato en verano, se intuye un fin de ciclo de libro. Asumo que Laso concluirá la temporada, porque a estas alturas tampoco hay una alternativa viable que ofrezca garantías, y porque tiene crédito institucional suficiente como para una salida ordenada. Pero ya no pongo la mano en el fuego por su continuidad el próximo curso, sobre todo como no alcance los dos objetivos mínimos: clasificarse para la F4 y para la final ACB.
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